DrC. Nicolás Garófalo Fernández. Profesor Consultante de Historia de Cuba y miembro de la UNHIC-La Habana
A esta conclusión llegué hace un tiempo después de impartir la conferencia a mis alumnos de primer año de las carreras de Lengua Alemana y Francesa, por supuesto, en idioma español.
Tenía que tratar uno de los períodos más complejos de la etapa republicana cubana: 1925-1935, por cuanto hay que abordar la crisis del modelo neocolonial y las alternativas de solución: reformista y revolucionaria. Incluí en la clase también lo íntimo y anecdótico, porque vale mezclar la esencia con la fragancia, más cuando las motivaciones disminuyen a cerca de cien años de los acontecimientos.
Veamos algunas circunstancias que antecedentes e ilustran el período abordado, que trascurre en lo que los cubanos conocemos por el régimen del machadato y el proceso revolucionario de los años de 1930.
La joven madre llevaba en sus brazos su encantadora criatura y se la enseñó a un venerable y querido anciano, el Generalísimo Máximo Gómez Báez, llegado a La Habana al término de la guerra de independencia, por la que tanto luchó y al examinar la criatura predijo: este niño tiene unos ojos y una mirada que auguran un gran porvenir.
El natural de Alquizar se llamaba Rubén y por apellidos: Martínez, ilustre maestro matancero, y Villena, de ascendencia culta. Ese infante llegó a ser presidente de la República Escolar, juego que se practicaba en su Escuela Primaria No. 37 del Cerro, y por ello recibió una carta de felicitación del entonces Secretario de Gobernación, Gerardo Machado Morales.
Esta anécdota me vino a la memoria cuando empecé la clase, aunque no hablé de ello, contaba con tiempo limitado para el tratamiento histórico que correspondía desde la llegada a la presidencia del mismo Machado, que era general de brigada del Ejército Libertador porque se lo había ganado, dije, ya que dichos grados no se regalaban ni compraban en la institución mambisa.
Hablaré de contrastes para ser objetivos y creíbles. Machado en sus inicios de la presidencia terminó la edificación de la escalinata de la entonces Universidad Nacional, que mis alumnos habían subido el primer día de clases como tradición de saberse llegados a la Educación Superior, a lo máximo, aunque mucho después se comprende que es un paso más en la escalera que hay que subir, no sin tropiezos, durante toda la vida. Sin embargo, el organizador de la Guardia Rural republicana cerró dicha institución en 1930 por el rechazo de estudiantes y profesores a sus ambiciones de poder.
Machado fue también el hombre que promueve la edificación del Capitolio, bastante grande y suntuoso para la época, pero que recién renovado con gran amor y recursos bajo el concurso del eminente historiador Eusebio Leal Spengler, sirve de patrimonio nacional para la sede de nuestro parlamento y que será lugar para visitas perdurables.
Aproveché para indagar si mis alumnos habían visitado el Capitolio. Solo una parte levantó la mano de 48 presentes y, por tanto, debían hacerlo, entre otras razones, para cuando tuvieran que acompañar a franceses y alemanes. Ahora recuerdo que hay guías de turismo “por cuenta propia” en la capital, que les han dicho a los extranjeros que los barbudos llegaron a La Habana el 8 de enero de 1959 a bordo del yate Granma. Lo más lamentable, dichos turistas arriban al Museo de la Revolución asegurando como cierto esta errónea versión que le contaron dichos “especialistas”.
Sigo hablando de los contrastes porque Machado fue el gobernante que promovió la Carretera Central, obra del siglo que permitió la comunicación por tierra a los cubanos, aunque también sirvió para engordar sus bolsillos como contratista.
La comprensión plena de la importancia de esta obra, les dije a mis estudiantes, la tuve hace más de veinte años cuando entrevisté a una maestra e inspectora de Santa Clara, Las Villas, con trayectoria relevante, nombrada Margot Machado Padrón, descendiente de la familia del propio presidente aunque con diferentes ideales, quien me contaba que gracias a la Central podía trasladarse cada fin de semana a recibir las clases sabatinas de la carrera de Pedagogía que se ofrecían en la Universidad de La Habana hasta graduarse en 1937. Por tanto, sus sueños se hicieron realidad con esta obra, los ómnibus expreso Flecha de Oro que cubrían la ruta y el apoyo de su esposo médico que se quedaba al cuidado de los niños.
Sin embargo, en esta mirada de contrastes, Machado no queda bien parado, porque, entre otros muchos males, empeñó la nación con la construcción del Reclusorio “Modelo” para Hombres en Isla de Pinos, rodeado de agua marina y de tiburones, donde encerró a los que querían respirar aire limpio y libre, entre ellos, Raúl Roa García, que tanto bien hizo a la cultura cubana y a otro gigante, Pablo de la Torriente Brau, quien en 1936 derramó su sangre combatiendo por la España Republicana en Majadahonda, escenario de la defensa de Madrid.
El programa electoral de Machado se había pronunciado contra la elección presidencial por dos términos consecutivos[1], lo cual “olvidó” tempranamente en la presidencia con la prórroga de poderes que violaba la Constitución de 1901 al “legitimar” su mandato hasta 1935, proceso que recibió el creciente repudio de diferentes sectores, dándose inicio a un régimen dictatorial que agravó la represión selectiva inicial contra comunistas y otros opositores.
Una promesa de Machado a los círculos económicos estadounidenses que le entregaron una fortuna para promover su candidatura a la presidencia en 1925, consistió en afirmar que sus intereses estarían garantizados, ya que durante su administración no habría desórdenes porque tenía suficientes fuerzas materiales para reprimirlos. Cumplió con su palabra de atenazar una y otra vez, pero para el bien de Cuba, a pesar de la represión generalizada, la mentira y la Mediación imperial, la huelga general de los trabajadores, a la cual Villena brindó sus últimos alientos, hizo estallar su régimen de oprobios el 12 de agosto de 1933.
Un viejo amigo electricista con vocación de historiador me contó que Machado ese día de liberación se montó en su coche, avanzó por el terraplén que es hoy la calle 23 del Vedado y llegó hasta el aeropuerto de Marianao para huir hacia las Bermudas.
La mejor sentencia del machadato nos la brindó Fabio Grobart, fundador del partido de los comunistas en 1925, cuando nos dijo en un concentrado nacional de superación de profesores de Historia en el entonces Instituto Tecnológico de Química “Mártires de Girón”, el 20 de marzo de 1970: no hubo un Machado bueno y otro malo, como afirmaban algunos ancianos de la época. Siempre fue el mismo león, la diferencia es que empezó como el rey de la selva, a quien todos obedecían y terminó enjaulado, hasta con el rechazo de la burguesía. Esto sí se lo expliqué a mis estudiantes.
En tiempos que tanto adversario pagado con envoltura académica y posesión de redes sociales, tergiversa y manipula nuestra historia e incluso capta la atención de algunos incautos que copian sus escritos sin apreciar medias verdades y mentiras, hay que indignarse y enseñar con frescura y compromiso el valor del pensamiento propio y de la crítica histórica en busca de la verdad y de la ética en cada proceso social que examinamos. Con esta intencionalidad cultural y de valores trabajamos en el aula.
[1] Documentos para la Historia de Cuba, de Hortensia Pichardo Viñals, T III, p. 261. Ed. Pueblo y Educación, La Habana, 2001.

Fabio Grobart

Rubén Martínez Villena

Gerardo Machado
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